miércoles, 5 de mayo de 2010

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Me gusta la sopa, quiero decir, la tienda. Puede que no tenga nada especial, que no tenga mucho de nada, pero le sobran intenciones. Si preguntas por un libro te ganarás simpatía por siglos y es que lo mejor que tenemos son los “visitantes”. Están los que traen una manzana para que se te haga mas corta la espera y los que vienen con bombones como recompensa a la paciencia. A veces me siento como el médico de pueblo de toda la vida. Señores, sólo les escucho. Sólo me río, sólo me siento afortunada por recibir tanto a cambio de tan poco. Después están los que te recomiendan sus libros preferidos. Eso es como enseñarte las fotos de su nieto. Te tiene que parecer la criatura más hermosa de la tierra...sino, malo. Así que lees sus libros, es difícil, pero aquí señores, hay que mentir. Metamorfoseo en la reina de la diplomacia y sin mucho énfasis le comunico mi entusiasmo personal por dicha prosa mágica. Pero a veces llegan libros únicos, de esos que te compras, de los que no coges en la biblioteca, y hacen que adore a ese profesor de literatura que me visita puntualmente cada semana y me contagia su entusiasmo junto con sus ganas de jubilarse. Gracias profe, por presentarme tardíamente a Luis Sepúlveda y su “el viejo que leía novelas de amor”.

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